Se denomina Padre ausente:  aquel que se ha convertido en huella casi fantasmal, debido al poco o nulo tiempo que pasa en casa, aquel hombre huidizo y pasivo que delega todas las funciones parentales en la mujer, el que es incapaz de mostrar  y compartir con los hijos manifestaciones de cariño, ternura o delicadeza.

Los dos modelos de padres más extendidos en la sociedad actual son el padre-duro y el padre- blando:

El padre-duro esconde bajo la aparente dureza de su comportamiento familiar un cierto desentendimiento de cuanto acontece a los hijos. El contacto, la ternura y la comunicación son sustituidos por el éxito, el honor y el dinero. Así, el resultado es un padre castigador y abastecedor al que los hijos temen y respetan, pero sin que pueda construirse un lazo estrecho entre ellos, así como un necesario clima de confianza debido a su carácter inaccesible e intransigente.

En el caso del  padre-blando,  la indulgente dulzura de su conducta no logra esconder su tendencia a buscar la aprobación social. No sabe ni quiere ir contra corriente. La vulnerabilidad frente a la adulación condiciona su curvamiento hacia el propio ego, el culto al cuerpo y al acicalamiento.

El padre debe enseñar al hijo a aceptarse como es, a respetarse y a quererse a sí mismo, difíciles aprendi­zajes, pero necesarios para respetar, aceptar y querer a los demás.

Esta etapa inicial debe trascender y articularse con la siguiente (la donación a los otros), pues de lo contrario, de “quererse a sí mismo surgi­ría un narcisismo de fatales conse­cuencias en el futuro”.

En definitiva, para educar al hijo se deben considerar varios aspectos como aceptarlo positivamente tal como es y tratar de comprenderlo en su esencia, en su singularidad y peculiaridad, así como el inculcarle valores que a esa personalidad hay que añadir, para que felizmente llegue a ser lo que deba ser y  que por  el momento no es.

El Centro de Atención Psicológica CAPS,  cuenta con un espacio de atención para el público en  general.

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PSIC. ADRIANA ZARATE APOLINAR

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